Experiencia Personal

Mis últimos 2 años: cómo volví a Cuba tras dejar de bailar y gané tercer lugar en el Concurso de Ballet de La Habana

Ésta es una historia de frustración, de llanto, de esfuerzo, de sufrimiento y de mucha alegría con el ballet de lo que han sido mis últimos dos años. Es la historia de cuando dejé de bailar y casi me rindo, pero me levanté y volví a Cuba, para ser gratamente sorprendida por el destino y la recompensa de mi esfuerzo. Y no me arrepiento de nada. Dejame explicarte…


Si me hubieran dicho al principio de 2022 que en abril iba a estar en Cuba ensayando una variación para concursar en Encuentro Internacional de Academia para la Enseñanza del Ballet, no lo hubiera creído y menos si me hubieran siquiera sugerido que ganaría el tercer lugar del concurso en mi categoría. Empecé el año deprimida, sin poder terminar una barra de ballet por la frustración y los sentimientos encontrados. Y ahora estoy bailando más que antes de la pandemia…

Y lo peor es que… todavía no me lo creo. La vida da muchas vueltas, pero la mente da más.

Técnicamente, dejé de bailar unas semanas. Estuve a punto de no poder volver. No podía hacer clase de ballet. Estaba frustrada. Lo hacía porque debía. No tenía metas. La pandemia me había destrozado mi amor por el proceso porque no tenía objetivos y mi motivación llegó a su límite. Estaba en batería baja. Incluso llegué a querer lesionarme…

Ésta es mi historia de los últimos 2 años. La comparto porque creo fielmente en escucharnos mutuamente y en lo valioso que hubiera sido para mí leer algo así durante mis episodios más oscuros. Si esto ayuda a alguien, habrá valido la pena (o la alegría).

Una sombra de realidad

En marzo del 2020, yo estaba viviendo mi sueño de estudiar ballet en el extranjero, aprendiendo y luchando por mejorar. Si todo salía bien, tal vez me escogerían para ensayar un pas de deux; de hecho era un objetivo que soñaba con cumplir. Pensaba que si en mi primer año me esforzaba lo suficiente, en mi segundo año, tal vez con buenas notas y mucha perseverancia podría ensayar un Pa de deux, ya que solo a ciertos alumnos se les ensaya un dúo clásico. Pero como sabemos, el 2020 cambió drásticamente con la Pandemia. Cerraron la Escuela de Ballet de Cuba “Fernando Alonso” donde estaba estudiando y como muchos en el mundo, pensé que iba a durar poco la situación. “Van a ser unos meses y volvemos”, decía. Y tanto lo creía que no me fui a mi país. Pero, no fue el caso. La realidad nos dio una cachetada. O por lo menos, así se sintió. Pasé de estar estudiando en la escuela de mis sueños a no saber qué iba a pasar con mi propio futuro, pero peor aún, el futuro de la industria del ballet. Las compañías de ballet pequeñas empezaron a cerrar y las medianas a cortar personal.

Cerraron las fronteras de Cuba. Yo tuve que salir en un vuelo charter de rescate de Cuba hacia México, donde no salieron vuelos a Costa Rica hasta mucho después. La situación se puso difícil para todo el mundo y dentro de lo que sucedía, tuve demasiada suerte. Pude ir a vivir con mi novio y su familia, donde había un salón pequeño de danza en la casa y pude seguir entrenando. Y al principio (como todos los bailarines durante la pandemia), estuve viendo qué hacía. Y me mantenía activa dentro de lo posible, con fuerzas para entrenar, mi novio me empezó a dar clases junto a otra muchacha. Seguí bailando, tratando de mejorar aspectos estéticos y técnicos que necesitaba arreglar, según lo que había aprendido en Cuba y ahora podía aprovechar el tiempo; pero, todo fue siempre esperando que el mes siguiente pudiera volver a Cuba. Y pasaban los meses sin noticias.

Siempre he sido esforzada y luché por que eso no cambiara. No paré. Pero, la situación de la Escuela no daba luz de esperanza. Después de un año de seguir luchando, volvió a abrir la Escuela y como una semana antes de que mi vuelo saliera para volver a Cuba, volvieron a cerrar. Con tiquete comprado y sueños frustrados una vez más, decidí quedarme y seguir entrenando en México. ¿Qué iba a ir a hacer a un país que podía cerrar fronteras en cualquier momento si ni podía tomar las clases de ballet en la Escuela?

Aprendí mucho de mí misma y mi cuerpo en estos tiempos. Mi novio y su familia me apoyaron enormemente, así como mis papás. Entrené arduamente. Había días que no quería entrenar, pero lograba motivarme; a veces lo hacía por cumplir. Mi novio me dio clases y me cedió su hombro para llorar e impulsarme a mejorar. Hice dieta y mejoré ciertos aspectos estéticos que tenía de mal trabajo muscular. Poco a poco fui mejorando mi arabesque (que por tanto tiempo fue mi inseguridad más enorme), mi estética y mi técnica. Perdía y recuperaba cositas de trabajo. Habían días muy buenos, cuando quería bailar y me sentía muy capaz de lograr llegar a una compañía, y otros en los que lloraba de frustración por no saber qué más hacer para seguir porque no veía un futuro posible. Incluso viajé para bailar en una presentación en otro Estado de México, y hasta bailé ahí con mi novio.

Lo más increíble fue poder explorar mi otra pasión relacionada a la danza: la enseñanza. Pude darle clases a una niña que quiere ser profesional y a niñas y niños pequeños que les interesa la danza y la actividad física (o tal vez a sus mamás). Y lo disfruté. A veces estaba frustrada con mi baile, con mi motivación y mi esfuerzo, en mi entrenamiento en las mañanas y cuando sentía que no podía más, las clases que daba en la tarde me volvían a sacar una sonrisa. O muchas. Y me llenaban de energía para seguir. Desde antes sabía que me gustaba dar clases, pero al poder explorarlo formando un plan de trabajo con la Academia de mi novio y su hermana, poniéndolo en practica y ganando experiencia, no tuvo precio para mí. Y me confirmó que quiero llegar a ser una buena maestra.

Crecí mucho como persona y como artista. Aunque fueron experiencias sumamente enriquecedoras, me sentía una faltante. Sentía que no había terminado lo que empecé, y no porque no quise, sino porque no pude. Me sentía perdida.

No tenía una meta fija como bailarina. Así que, empecé a probar grabando videos y mandándolos a compañías, luchando por un lugar para hacer mis futuras prácticas profesionales de Cuba (cuando lograra volver), un espacio de aprendiz o el milagro de un contrato. Mandé mi información a muchas (muchísimas, tal vez demasiadas) compañías de ballet.

Sin embargo, lo más difícil fue el rechazo. Muchos correos fueron ignorados nada más, algunos decían que yo no tenía los permisos adecuados para poder empezar a trabajar, otros que no tenía el nivel, que no tenía los requisitos o que ya habían llenado el cupo.

Y cada correo dolió. Mucho. Lo peor fue que hubo días en los que me levantaba y se me vaciaba el estómago al ver un correo nuevo en la bandeja de entrada, porque yo ya sabía qué decía y ni lo quería abrir, porque no quería que la poca esperanza que me quedaba fuera destrozada una vez más.

La sombra se oscurece

Seguí adelante, sin aceptar mis emociones, como máquina, ignorando mi humanidad. Seguí trabajando, sin trabajar en cómo me sentía. Tal vez para protegerme, pero solamente logrando lastimarme. Estaba empezando a sentirme mal con el ballet, con el esforzarme y que me doliera el cuerpo, el tener que cuidar mi dieta, sin recompensas o siquiera un pulgar arriba de ir en la dirección adecuada.

Avanzaba pero no lo podía apreciar. Mis críticas internas se volvieron mucho más groseras, ya no eran tan constructivas y más bien me lastimaban. Yo creía que era mi manera de seguir mejorando, necesitaba correcciones e impulso de algún lado, nada más que ese lado mío más bien me estaba hundiendo. Y mi novio y mi compañera de entrenamiento me apoyaban, me impulsaban y me elogiaban, pero como yo no lo creía, seguía en mi mismo camino negativo.

Volví a Costa Rica, volví a abrazar a mi familia y a mi país, que extrañaba tanto, pero con el dolor de dejar a mi nueva familia mexicana atrás. Pensaba que tal vez reconectar con el lugar donde surgió mi amor por el ballet me recordaría porqué lo estaba haciendo todo. Me daría una claridad. En cierta manera sí sucedió, pero no como creía. Era parte de mi proceso, pero al no darme el empujón que necesitaba, la chispa para comenzar, el fuego de nuevo se fue, los llamas tenues existentes se extinguieron. Y entre las fiestas de fin de año, rodeada de mis seres queridos y aventuras hermosas, yo ya no podía más. Lloraba por lo que fuera y estaba triste muy seguido.

Primero, dejé de practicar con regularidad, y luego, creo que pasaron semanas sin hacer ballet. No estoy segura. Solamente me acuerdo de la culpa acompañada de las faltas de ganas, pero no de muchos detalles. Ni fechas. Todo fue borroso. Me sentía pesada y negativa, perdida y angustiada, triste de perder mi pasión, de no tener ganas de levantarme y mucho menos de entrenar.

Necesitaba una luz que me sacara de la oscuridad en la que cada día me hundía más. Y esa luz había sido yo misma por demasiado tiempo. Y se había extinguido. Y es que era una luz forzada, exhausta. No podía salir de ese hoyo, como si me ahogara lentamente en un mar salado sin fondo, sin balsa de rescate, sin esperanza, como una luciérnaga que se apagaba poco a poco.

La primera luz

Hasta que, surgió una oportunidad de audición para una compañía en la ciudad de la familia de mi novio. Una oportunidad. Y me atreví. Llevaba tiempo sin entrenar rigurosamente (o entrenar del todo) y no sé qué me dijo que debía hacerlo. Viajé y entrené lo que pude. Me siento orgullosa de haberme levantado lo suficiente para lograr enfrentarme a una situación tan retadora como lo es una audición.

No obstante, me rechazaron una vez más. Después de tanto esfuerzo económico y físico, no fui suficiente. O por lo menos, eso me decía yo internamente. Sentía que el universo me decía que no debía bailar más, que ya debía dedicarme a la enseñanza. Pero temía quedarme con los pendientes, con frustraciones que no quería (y nadie debería) dejarle a mis alumnos y alumnas.

Esta vez dolió porque sentí que me estaba auto-saboteando, que la audición no salió bien porque no lo di todo ni antes ni durante. Pero no era cierto del todo. Sí, no había entrenado tanto como antes, y sí, no había hecho lo que normalmente es mi 100%. Pero tampoco me estaba teniendo paciencia a mí, a mis sentimientos y a mi proceso. No había sido pereza, había sido una situación importante de mi salud mental. Tal vez mi 50-60% de ese entonces era mi 100%, pero yo no lo estaba valorando así y además lo cargaba de una culpa desgarradora y paralizante que no me ayudaba.

También, me informaron que mi situación de Cuba se había complicado porque no tenía suficiente tiempo estudiando en la Escuela para graduarme con mi generación, ya que habían seguido clases cuando yo no había podido volver. Y pues, peor. Ya no le veía sentido al volver a Cuba. La tristeza de perder lo que quería desde hace dos años, me desilusionó aún más. Las situaciones de vuelos estaban difíciles, pero lo más importante no estaba: Yo. Yo no estaba lista. Mi corazón estaba sanando. Mi mente estaba tomando fuerzas. No estaba bien.

Un día durante este luto, me desperté con una idea de preguntar quién sería mi maestra si volviera y retomara mis estudios con la siguiente generación. Le pregunté a la maestra de ellas directamente si sería con ella y me dio la bienvenida informal a su grupo. Esa era la chispa que necesitaba.

Una chispa para volver

Ser parte del grupo de alumnas de la maestra Marta Iris Fernández era un sueño. El sentir sus clases, su trabajo, en mi cuerpo, era una oportunidad que no podía dejar pasar. Quería volver a Cuba. Mentira. Iba a volver a Cuba. Eso era lo único que necesitaba para decidirlo. Finalmente, se me había dado mi chispa de vuelta, una esperanza para revivir ese fuego.

Viajar a esta isla es complicado, y con la pandemia se ha puesto peor, pero hice los preparativos, junto al apoyo de mis papás y logré llegar. No les miento al decir que lloré cuando las puertas del avión a La Habana se cerraron; incluso una azafata de preocupó y me preguntó si estaba bien. No lo había estado por bastante tiempo, y lo que creía que no iba a volver a suceder estaba sucediendo.

Me incorporé a la Escuela. Y sí, empecé a tener clases con esa maestra que tanto admiro. Me metieron en el repertorio de mi año. Todo empezó a surgir bien.

Pero, todo pasó de bien… a mejor.

Estaba realizada con las clases de ballet, y los mucho ensayos que estábamos teniendo para una producción original del “Camarón Encantado” para la Escuela de un coreógrafo cubano reconocido, Eduardo Blanco. Me volví primer elenco de dos bailables. Estaba volviendo a sentir mucha felicidad al bailar, al esforzarme. Me recuperando mi relación con el ballet, mi pasión.

Y llegó la sorpresa…

Un sol de esperanza

Estaba hablando con una maestra (que había sido profesora mía de ballet antes de la Pandemia) y unas alumnas y de pronto me preguntó que si yo estaba igual que esas alumnas, sin maestra para ensayar. Yo le dije que ya había estado en los ensayos de los bailables. Y ella me aclaró que se refería al ensayo de variación (un baile solo, usualmente de repertorio clásico). Yo, me sentí halagada, porque solo seleccionan a ciertas personas para ensayar una variación o Pas de deux para audicionar para el concurso y yo no me creía capaz. Le aclaré que no bailaba variación y ella me dijo que sí, y me guió a la pizarra de anuncios, donde me señaló mi nombre, bajo el título “Preparación para Concurso”.

Al principio no me lo creí. La maestra me dijo que ella quería ensayarme, pero que no se pudo y me dijo que me tocaba ensayar con otra maestra. Yo seguía en shock.

Lloré.

Era demasiada la emoción. Muchísimos sentimientos y extensos pensamientos que no me permitían hablar, solo llorar. Las lágrimas no eran las mismas de los últimos meses. Eran lágrimas de felicidad. Lágrimas con destellos de luz.

Iba a ensayar una variación y tener la oportunidad de audicionar. Algo que creí imposible por mi edad. Nunca creí llegar a un concurso de ballet. Estaba en frente mío. Estaba disponible. Y estaba sucediéndome. Si hubiera dejado de bailar permanentemente, nunca hubiera tenido esta oportunidad y mucho menos esa experiencia. Después de la tiniebla, salió no solo el sol, sino un arcoíris.

Un arcoíris de ilusión

La maestra Sara Acevedo, que me ensayó la variación, es un amor. Me llenó de paciencia y pasión por el baile cada ensayo. Al principio fue toda una odisea escoger la variación. Pero una vez escogida, era trabajarla. Y todos los días a medio día, mientras la mayoría de alumnos almorzaban, yo podía unirme a los ensayos de variaciones de los alumnos seleccionados.

Empecé a disfrutar tanto los ensayos con la maestra. Y la variación empezó a salir. La íbamos puliendo día con día. Es bonito ese proceso y siempre me ha gustado. Se quitan elementos, se agregan detalles, se dan correcciones, se practica, se pule. Y las correcciones de esta maestra son increíbles, detalles importantes que su experiencia en escena y en los salones le ha enseñado y que explica muy eficientemente. Pero lo más bello es el amor que tiene por enseñar y con su personalidad lo irradia con mucha fuerza y delicadeza. Aprendí muchísimo con su guía (y sigo aprendiendo).

El arcoíris crece

Llegó el día de la audición. Estaba nerviosa. Muy nerviosa desde días antes. Sentía que era mi única oportunidad y que debía salir bien. Pero, me logré dar un empujón emocional a mí misma y lo más importante, me logré escuchar. Me dije “Me toca bailar y disfrutar, lo que va a suceder, va a suceder”. Me convencí de disfrutar la variación, de mostrar con orgullo mi trabajo, de estar tranquila y solo bailar.

Y eso mismo hice.

Tuve que esperar a casi todo el mundo audicionar a porque era la penúltima. Pero finalmente, la música sonó y yo empecé con ganas mi variación de dos minutos y medio. Larga, pero muy bella: El despertar de Flora.

Tiene una entrada larga con arpegios muy hermosos y era importante para mí que se notara una elegancia fuerte en el primer paso. Y creo haberlo logrado, al menos lo sentí así. El salón cambió de ambiente. Hice mi primer piqué en quinta posición, y sentía cómo estaba temblando por dentro. Con el jurado de todas las profesoras reconocidas de la Escuela al frente, lo único que pensaba era en como no podía soltar ni un solo músculo de la pierna porque no podía verme temblando. Pude sacar de la quinta un petit developpé en balance y con eso supe que yo podía con lo que seguía.

Me dejé fluir. Ahora sin juzgarme al bailar, valorando mi proceso, y haciéndole honor a la oportunidad, pero sin presiones innecesarias. Cuando me di cuenta, ya iba por la mitad, y en nada, ya había terminado. Me salieron los giros de dobles attitude derrière, el pirouette en quinta, y lo más importante, lo disfruté tanto que todo simplemente fluyó. Me sentí orgullosa, algo que hace mucho (o quizás nunca) había sentido tan profundamente al terminar una audición o presentación.

Estaba disfrutando bailar una vez más. Terminé y, lloré cuando salimos del salón. Muy típico de mí. Pero aunque lloro, pocas veces he llorado de felicidad al bailar. Lo había logrado. No solo me levanté para volver a Cuba, sino que audicioné para el Concurso.

¡Y pasé la audición!

Mi maestra no me dijo que había pasado la audición, solo me llamó para ir a buscar un vestuario que funcionara para la función del Concurso. Seguimos ensayando, el tiempo que quedaba. Llega el ensayo general en el teatro. Todo va en pie.

Una pequeña tormenta

Toda la semana antes del concurso estuve preocupada de que me fuera a alterar ese día, el no poder manejar el estrés. Y siento como mis nervios van creciendo conforme pasan los días y la fecha se acerca.

Mi mamá había venido a verme bailar en la función de apertura del Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet y ya que había pasado la audición, también me iba a ver participar en el concurso. Bailamos “El Camarón Encantado”, se sintió muy bello el poder pisar de nuevo un escenario después de la Pandemia y todo lo que habíamos ocurrido. No salió perfecto, pero lo disfruté.

Estaba nerviosa. Muy nerviosa. El día del concurso me dio una crisis. No me salía el peinado como yo quería, y empecé a entrar en pánico y todas mis inseguridades comenzaron a hacerme coro en la cabeza. Sentía que no podía. Que no era apta. Que me tenían compasión o hasta pena y por eso me estaban dejando concursar. Que no me lo merecía. Que era mi última oportunidad y que si no la aprovechaba, no iba a haber ninguna otra. Y muchas otras cosas. Se volvió muy intenso y lloraba de frustración y no paraba de llorar y gritar. Lo solté todo.

Hice lo que he llegado a considerar la peor clase de mi vida. Las cosas ni sé si salieron o no por inercia, estaba en mi cabeza, no en el salón. Lloraba. Mi ansiedad, mis nervios y mis inseguridades estaban a tope.

Y no paraba de sentirme mal. Me fui al teatro y me sentía igual mal. Estaba seria y enojada por fuera, lo cual es muy inusual en mí. Y no podía salir de ahí.

Llamé a mi novio. Desde que empezamos a salir ha sido un apoyo increíble para mí como bailarina y como persona. Me ayuda a darme cuenta cuando estoy demasiado en mi cabeza. Y fue lo que necesitaba para armarme de valor y hacerlo.

Me había atrasado muchísimo. Y hablando con él, me alisté. Me maquillé y me cambié. Al final, la corona de flores no mostraba las imperfecciones del peinado que tanto me habían preocupado. Calentamos en escenario y era la hora de la verdad.

Estoy orgullosa de mí porque logré salirme de mi hoyito y bailé. Y no solo bailé, sino que me bailé a mí. No fue para demostrarle a nadie nada, ni siquiera a mí misma, yo me bailé a mí y a la gente que me ama. A mi mamá que había tomado su tiempo para venir a visitarme, apoyarme y verme bailar, para mi novio que me apoya muchísimo, a las profes que habían confiado y creído en mí, a todos aquellos que sé o no sé qué me tenían en mente, al público del teatro, a los amantes del ballet, a mis compañeros. Me salieron las partes técnicas pero lo artístico fue lo que más me gustó. Mi interpretación, mi disfrute, mi presencia.

Mi maestra de ensayos me abrazo súper fuerte al terminar. Ella sabía que lo había dado todo. Probablemente ella estaba igual de nerviosa que yo.

El arcoíris irradia con más fuerza

Al día siguiente, en las premiaciones, fui con mentalidad de “ya pasó”, no hay problema de si gano algo o no, el simple hecho de haber competido en una gala internacional de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba en un Encuentro, para mí era suficiente. Claro, siempre uno tiene una ilusión. Pero si no había premio, yo estaba bien con mi esfuerzo y cómo había logrado llegar hasta ese escenario en solo un mes después de pensar que no iba a bailar más. Había sido mucho esfuerzo y dedicación, horas extras, lágrimas, sudor y tiempo. Era un honor haber sido parte del Concurso pero también de mi proceso para volver a disfrutar el ballet.

Pero, el destino me tenía una gran sorpresa guardada. Gané tercer lugar en la Categoría Avanzada Femenina, Modalidad Variaciones. Y según me dijeron, pegué un saltito de sorpresa en mi silla al escuchar mi nombre completo. Y para terminar de hacer ese día aún más especial, quién entregó los premios de mi categoría fue nada más y nada menos que la Joya del Ballet Cubano Aurora Bosch, a quien se le dedicó la Gala de Laureados de ese día. Ella me abrazó y me dijo que felicidades, que se veía que había sido mucho mi esfuerzo. Viengsay Valdés, quien era parte del jurado, también me felicitó, yo estaba en shock. Feliz y en shock.

Fue una experiencia increíble, que me demostró que a veces somos nuestro mayor inhibitor, pero también podemos ser nuestro mejor apoyo a nosotros mismos. Esa elección es nuestra. Me cuestioné. Pero al final, creí en mí. Y no está mal pedir ayuda y aceptarla de esa gente que te rodea y quiere. Muchas veces, lo hacen con gusto. Gracias a todos lo que me ayudaron en este proceso y ese día en particular.

Doble arcoíris a la vista

Mi maestra de ensayos me preguntó que qué quería hacer ahora, para seguir ensayando. Y yo le dije que era un sueño mío ensayar y graduarme con un Pas de deux. Y ahora, estoy ensayando un Pas de deux. Cada vez que lo digo me parece que es mentira. Estoy sumamente agaradecida. Le estoy poniendo muchas ganas a los ensayos y al estudio del personaje. Es muy retador el tener que bailar un entrée, una variación y una coda, pero estoy tan emocionada de trabajar para lograrlo y esforzarme para que cada día salga un poquito mejor.

Y eso es lo que me hace aún más feliz, que me he enamorado del proceso una vez más. Que estoy entusiasmada por seguir aprendiendo. Y que aunque hay ligeras tormentas en el camino y oscuridades que nos inhiben, es importante seguir buscando esa chispa para hacer crecer nuestro fuego interior, no perderlo y más bien volverlo una luz tan fuerte, que a pesar de las tormentas, ojalá se vuelva un arcoíris para otras personas.


Gracias por leer mi historia. No ha terminado por dicha. Aquí seguimos, esforzándonos y poniéndole ganas. Si te interesa más de mí camino por el ballet y esta aventura de Cuba, te invito a leer más de este blog y a seguirme en Instagram, porque este camino no ha parado y todavía está empezando. Acompañame a seguir creciendo en experiencias en este mundo del ballet…

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