Experiencia Personal

“Sol de Viento” en Bellas Artes

 Desde que empecé mis prácticas profesionales en la Compañía Nacional de Danza de Mexico a principios del año, hubo un proyecto que me llamó la atención y tuve la fortuna de ser seleccionada para poder participar en él: el remontaje de una obra contemporánea de la coreógrafa Rosanna Filomarino, llamada “Sol de Viento”. No era una obra clásica. Era algo nuevo para mí. Una producción que me iba a retar, a ilusionar, a frustrar, a enseñar y a motivar. Aunque no lo sabía cuando empezamos, el aventurarme a querer ser parte de esta obra, me iba a ayudar a cumplir mi sueño de bailar en el que muchos consideran el teatro más importante de México: el Palacio de Bellas Artes. Me aventé a una aventura de aprendizaje. Estas son 6 lecciones que aprendí con esta experiencia:

  1. Todo el mundo se mueve de manera distinta, y eso es especial

Cuando estábamos trabajando con la maestra Filomarino, todos interpretábamos sus instrucciones de distintas maneras. Y es interesante que no había una manera “correcta” de moverse, sino, una manera “correcta” de transmitir. No porque su idea fuera la única adecuada, sino porque lo importante era la concentración y la intención genuina. Y eso me encantó. Fue un tanto liberador. En el ballet, se siguen “reglas” objetivas: una quinta posición limpia no tiene interpretación, la rotación debe ser máxima y clara, bajarse de la punta debe ser suave, las rodillas deben ir para afuera en el plié sin sacar los glúteos, etc. Dentro de estos parámetros “perfectos”, la interpretación es un poco más libre, pero todo mientras se siga dentro de una ejecución limpia, que busca la ejecución correcta. 

Fotografía: Rodrigo Filomarino @fotosporfilo @filomarino

Pero, la ejecución de esta obra era un poco más subjetiva. Era personal. Lo que podías aportarle a las instrucciones tenía más que ver con tu personalidad, tus pensamientos llevados a cabo por tu cuerpo, tu concentración y tu conexión a tu interpretación, y menos que ver si tus pies o manos estaban en el lugar correcto; no tenía que ser virtuoso para ser impresionante. Era una manera diferente de definir el virtuosismo. Siempre que siguieras la idea de la coreógrafa, podías aportarle algo tuyo. Y más bien, eso nos pedía ella: que probáramos, y que fuéramos explorando su idea y sus parámetros, para que ella nos dijera si nos salíamos mucho o si estábamos en el camino adecuado. Era una manera muy distinta de trabajar. 

2. Una producción es más que la coreografía sola

La escenografía, el vestuario y la música aportan muchísimo. Y aunque ya sabemos que el trabajo de todo el mundo en un foro es sumamente importante, cuando todo se une, es cuando realmente se crea algo nuevo. Y como este trabajo se desarrolló desde cero (una vez más tras su estreno en 1995), fue muy enriquecedor ir viendo cómo no solo la coreografía se iba formando como un rompecabezas, pieza a pieza, sino también cómo todos los otros aspectos iban desarrollándose de maneras separadas, y al mismo tiempo, unidas.  El vestuario fue primero introducido en idea con short y top, luego la tela fue teñida y ensamblada, para luego aportar los últimos detalles. La música se compuso para la obra, y el compositor fue agregando capa por capa, hasta crear sonidos sumamente profundos y hermosos que en el salón no llegaban a apreciarse como se escuchaban en Bellas Artes. Y sin hablar de la escenografía, que fue hasta que llegamos al foro que vimos cómo era realmente la rampa y el sol que tanto mencionaba la coreógrafa en cada ensayo. Habíamos trabajado con nuestra imaginación para transmitir la idea, y ya con la escenografía, fue mucho más sencillo unir los cabos en nuestras cabezas. 

Fotografía: Rodrigo Filomarino @fotosporfilo @filomarino

Se creó un ambiente, un mundo, de la nada, de cero. Muchas personas aportaron su creatividad, y las mentes de todos estaban conectadas para poder llevar a cabo la obra. Fue hermoso ver cómo meses de trabajo, se unieron en unos días en un escenario tan imponente para crear algo efímero, algo que existió pero ya no existe, algo que en un momento tocó el alma de otras personas, y aunque se llegue a repetir, nunca será igual. No fue lo mismo en 1995 a ahora en 2023. Y si se retomara después, tampoco sería igual, porque cada persona aportó algo único, y las personas hipotéticas de un “Sol de Viento” futuro darían aportes únicos también. ¿Soy solo yo, o acaso eso suena… mágico? 

3. A veces solo hay que atreverse 

Antes del montaje se hizo un taller-audición con la coreógrafa para ver quiénes iban a participar en la obra. Ese mismo primer día nos dijeron que en una parte de la coreografía las mujeres iríamos sin nada en la parte superior del torso y solo una tanguita en la parte inferior. Nos dieron la opción de no participar si no estábamos cómodas con la idea. Inmediatamente con esta información, muchas se quitaron. Pero, yo me quedé por alguna extraña razón. Tal vez fue la curiosidad de ver cómo se sentía. Tal vez fue la emoción de participar en un reto tan distinto. Tal vez fue mi inocencia. Tal vez fue la oportunidad de poder hacer algo así de atrevido sin repercusiones, ya que pues, estaba en un país donde nadie me conocía. Si era en algún momento de la vida, era ahora. 

Decidí atreverme. Y aprendí demasiado de mi propia percepción de mi cuerpo, del respeto entre compañeros y el profesionalismo, de la libertad real en escena, de enfrentarme a mis miedos y tabúes de la sociedad, de cómo llevar a cabo una puesta en escena consciente de las necesidades de los bailarines y me enfrenté a mi propiocepción de una manera nueva y más intensa; fue altamente importante para mí como bailarina, como artista y como persona. Y lo mejor de todo fue que yo lo hice con el corazón abierto y las ganas de ser sorprendida, y vaya que fui sorprendida después de varias semanas de trabajo, cuando me di cuenta que se iba a bailar en el Palacio de Bellas Artes. Iba a cumplir otro sueño gracias a atreverme a sentir algo nuevo.

Foto de un ensayo general en el foro, con top y short de color similar a nuestra piel en preparación a lo que sería no tenerlos en función
Fotografía: Rodrigo Filomarino @fotosporfilo @filomarino

Y fue sumamente liberador. Recordaré siempre un momento en escena en la primera función cuando finalmente me dejé ir y ser. Estuve nerviosa y un poco cohibida al principio, pero hubo un momento en el que dábamos vueltas en un círculo, con la cabeza moviéndose libremente y los brazos abiertos a los lados. Pocas veces me he sentido libre así. Tal vez nunca de esa manera. Me sentí hasta un poco fuera de mí misma y mis pensamientos ansiosos, y se me olvidó que estábamos en un teatro frente al público. A veces estamos demasiado preocupados en una función por hacer los pasos correctamente (que me salgan los 3 pirouettes, que no pierda balance, etc), y no nos dejamos ser. Y con el pecho descubierto, en un momento de mucho mareo, sentí las vueltas que da la vida, me dejé ir y presentarme como era. Igual, nadie me conocía. No tenía nada que perder. Tenía mucho que ganar. Y vaya que gané, gané libertad. 

4. En el ballet nos enfocamos en bailar para otras personas y no para nosotros mismos

Esto fue algo que continuamente nos dimos cuenta y nos repetía la coreógrafa. Los ensayos con público, se sentía una energía diferente y lográbamos conectar más con nuestras sensaciones y “personajes”, y crear una energía colectiva más atinada a lo que ella requería de nosotros. Algunos otros días también sucedía, pero no era tan fuerte o seguido como cuando había una audiencia. 

Y fue ahí que me di cuenta que es algo normal en la danza clásica. Vivimos en la constante búsqueda de aprobación de un ente de autoridad, un maestro generalmente, que nos ensaya y nos dice qué está bien y qué está mal. Es una representación de los requisitos que te va a pedir una audiencia futura. Es una constante búsqueda de aprobación. Y esta obra nos sacaba de esta idea. 

No es lo mismo distinguir entre una quinta sucia y una quinta limpia, que entre una interpretación de “veneración” genuina y una falsa. El segundo es mucho más interno y subjetivo, el primero se puede checar con un “check” de correcto o no. Y ese es mi punto. El ballet también tiene interpretación y subjetividad, pero a veces nos quedamos pegados en la objetividad técnica, y le restamos importancia a lo que cada uno de nosotros le aportamos, lo que lo vuelve un arte en cada paso, cada personaje, cada función. 

5. Bailar para un público que no conoces es muy valioso 

Ninguno de mis familiares ni mi novio pudo ir a ver las funciones. Obvio, me hubiera encantado que hubieran podido, hubiera sido muy especial para mí poder compartir este momento tan importante en mi primera vez en el Palacio de Bellas Artes con ellos, para que vieran cómo su apoyo me había ayudado a llegar ahí. Era tanto mi logro como el de ellos. 

Sin embargo, la primera función igualmente fue muy especial para mí. Decidí dedicárselas a ellos a la distancia, pero también, a mí misma. No le bailé a nadie en específico. Había un público viendo la obra, pero no había nadie conocido en las butacas. Y fue un cambio que me enseñó que al final, debo bailar por mí. Porque lo disfruto. Porque lo quiero hacer. Porque puedo. Y porque quiero. 

Bailé para mi, me concentré en mi experiencia y lo increíble que era para mí. En media función, sentí varias lágrimas solamente rodar por mis mejillas de tantas emociones. Logré llegar a ese teatro. Como alguien que comenzó a bailar “tarde”, no se supone que debería de estar ahí. Las estadísticas están en mi contra. Pero aún así, lo estaba. Y era parte de una puesta de escena tan impresionante como esta. Lo había logrado. De alguna extraña manera, esta función fue la meta lograda y la celebración de mis esfuerzos al mismo tiempo. 

Fotografía: Rodrigo Filomarino @fotosporfilo @filomarino

6. Debo celebrar mis procesos tanto como mis logros

En el primer ensayo general en el Palacio, justo antes de empezar, llegué al escenario y no había nadie, las luces estaban apagadas. Y como en estos momentos de las películas, diseñados especialmente para el personaje principal, yo estaba en el centro del escenario, y las luces se encendieron lentamente, volviendo visible la hermosura del Palacio de Bellas Artes. La arquitectura de este lugar es impresionante, los balcones, las gradas, las butacas, todo es divino. El cielo raso de la parte del público es un vitral precioso, de colores terrenales que deja entrar un brillo ligero a la sala. Y luego apreciaría el famoso telón Tiffany del Valle de México que me haría enamorarme de este lugar aún más. Pero, en este momento, esta vista fue demasiado. Lloré. Bueno, no es que eso fuera tan difícil de lograr conmigo.  Pero, me pegó la escena. Estaba parada, lista, con vestuario en uno de los escenarios más importante de Latinoamérica, donde han estado grandes figuras del arte. No lo podía creer. Se me acercó un compañero, que de hecho me alzaba parada en sus hombros en la coreografía (otro reto enorme de la experiencia), y me dijo algo que me marcó “Bienvenida, Andy”, me vio llorando, me abrazó de lado y me dijo “Te lo mereces”. Jué.

Me di cuenta una vez más que veces me centro en el trabajar diariamente tanto que se me olvida celebrar mi proceso, y por ende, mi progreso. Si nos centramos en los logros nada más, no podemos apreciar realmente nuestro proceso y cómo nuestro esfuerzo es lo que nos mueve y nos permite seguir y avanzar, no solo hacia nuestras metas, sino en general. Este momento frente al Palacio de Bellas Artes por primera vez, me di cuenta lo especial que era mi camino. No solo porque “llegué” aquí, sino por todo lo que había aprendido y vivido para estar ahí. Y todo lo que quiero transmitir cuando empiece a enseñar a tiempo completo. Estoy emocionada por lo que se viene. Pero más que nada por el proceso, sin importar qué tan duro o difícil sea. Debo apreciar mi esfuerzo, porque es lo que me motiva. 

Fotografía: Rodrigo Filomarino @fotosporfilo @filomarino


“Sol de Viento” fue una experiencia sumamente retadora y gratificante, cumplí un sueño de bailar en un teatro tan bello e importante como el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. Esta obra me enseñó que como bailarines, es importante retarnos, salirnos de nuestras zonas de comfort, porque hay muchas correcciones que nos aportan lecciones como intérpretes y como seres humanos. Aprendí muchísimo de las puestas en escena de esta magnitud, de mí misma y mi cuerpo, de mi camino y de mi relación de la danza. Y sobre todo, estoy feliz porque tengo una historia loquísima: puedo contarle a mis futuros alumnos de esa vez que bailé en mis primeras funciones con la Compañía Nacional de Danza de México en el Palacio de Bellas Artes ¡casi desnuda! Es una anécdota genial, la verdad. Y no cualquiera la puede contar. 

Espero que algo de lo que aprendí les aporte algo a ustedes. Gracias por leerme a mí y a mi blog. Si quieren ver y escuchar más de mis experiencias, hay muchos otros posts de mis estudios en Cuba en este blog y de mi tiempo en el ballet como una bailarina que empezó “tarde”. Para experiencias más inmediatas también pueden seguirme en Tiktok (@andreaspromenade) e Instagram (@andreaspromenade y @andreaspromenadeblog). Espero se queden en este camino junto a mí para aprender más juntos y disfrutar del mundo de la danza y sus aventuras. 

Andrea 

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